- Jan 2018
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La buena noticia, sin embargo, es que ya están sucediendo cosas más allá de lo usual en muchos ámbitos sociales, políticos y tecnológicos (como veremos más adelante, las transiciones civilizatorias ya están surgiendo); la mala noticia es que quizás no están sucediendo con la rapidez suficiente, si nos atenemos a los criterios de científicos y activistas del cambio climático
o con el grado de propósito requerido. Más preocupante aún, la mayor parte de las políticas de diseño que continúan a nivel de la economía y el Estado descansan, cómodamente, en el mismo orden epistémico y cultural que creó los problemas que buscan resolver. Por eso una de las cuestiones más importantes que tiene que abordar el pensamiento radical del diseño es cómo ir más allá de las aporías causadas por el hecho de que enfrentamos problemas modernos para los cuales no existen soluciones modernas (Santos 2014).
¿Podríamos, de modo casi que paradójico, acelerar el diseño para las transiciones? Por supuesto, esto no tendría que ver con las dinámicas angustiantes del aceleracionismo de la singularidad y otras maquinaciones, sino con brindarnos infraestructuras y prácticas potentes que nos conecten y articulen a escalas más complejas para un mundo más humano.
Algo similar a lo que hacemos en los Data Rodas y Data Weeks, con Grafoscopio, en los que un pequeño grupo de activistas puede editar obras completas y complejas en dos fines de semana, y aumentar la capacidad de enunciación y apertura de aquello que crea y construir sobre lo construido.
Allí puede haber una clave sobre cómo acelerar la transición, cambiando de modelos epistémicos hacia ideas sobre bienes comunes soportados por infraestructuras comunitarias y de bolsillo. El tema es cómo escalar esto.
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En el otro extremo del espectro se encuentra el sueño, sostenido por los flamantes tecno-patriarcas del momento, de un mundo post-humano creado por el ‘Hombre’. Este es el mundo, por ejemplo, de la biología sintética, con su visión gencéntrica de la vida; de las tecno-alquimias en auge para el mejoramiento genético y la prolongación de la vida; de la robótica, de las fantasías ciborgianas, los viajes espaciales, la nanotecnología, la impresión en 3-D y mucho más; de los fantásticos esquemas de geoingeniería inventados en las salas de juntas de las corporaciones como soluciones al cambio climático; y de quienes abogan por la ‘gran singularidad’, una transformación inducida por la tecnología que nos llevaría a una época en la que ‘los humanos trascienden la biología’ y en la que la vida, finalmente, sería perfeccionada, tal vez como en el mundo sin madres de las ficciones de la inteligencia artificial
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